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EL NUEVO ORDEN MUNDIAL (III) |
Martín Lozano
Ó Alba Longa Editorial, 1996
IV parte
A estas
primeras propuestas se les fueron añadiendo las de sucesivos comités
hasta que, finalmente, fue aprobado el diseño definitivo propuesto por
el secretario del Congreso, Charles Thomson, maestre de una logia
masónica de Filadelfia dirigida por Benjamín Franklin.
El reverso de
dicho sello no era (es) sino una transcripción de la simbología
iluminista.
En su parte central figura una pirámide truncada de trece
escalones, el último de los cuales contiene una fecha escrita en
caracteres romanos: MDCCLXXVI, esto es, 1776.
Coronando la cima de la
pirámide aparece un triángulo radiante con un ojo en su interior.
Tal
ideograma era el símbolo de los Illuminati de Baviera, y el que figuró
en las portadas de los textos jacobinos más radicales durante la
Revolución Francesa.
El reverso del Gran Sello incluye también dos
leyendas, una en su parte superior, circundando el triángulo, que reza
"Annuit Coeptis", y otra en su parte inferior, que circunda la
base de la pirámide y dice "Novus Ordo Seclorum".
Los trece
escalones de la pirámide representan a los trece Estados firmantes de
la Declaración de Independencia.
La leyenda "Annuit Coeptis"
se traduce como "(él) ha favorecido nuestra empresa",
refiriéndose al ojo encerrado en el triángulo, que representa a una
fuerza providencial cuya naturaleza será mejor dejar para otra
ocasión.
Esta consigna refleja fielmente esa especie de mesianismo
pseudorreligioso que ha impregnado desde sus comienzos la idiosincrasia
nacional estadounidense.
No será necesario extenderse aquí sobre las
pretensiones "salvíficas" de ese país, pretensiones que se
han venido manifestando como una constante prácticamente desde su
nacimiento.
De ahí los innumerables atropellos "libertadores"
cometidos por tan emérita nación sobre sus vecinos continentales del
sur, por no hablar de los perpetrados contra los nativos amerindios, y
de ahí sus ínfulas contemporáneas que le llevan a erigirse en faro de
la humanidad, pese a tratarse una de las sociedades en las que con mayor
virulencia se manifiestan todas las lacras de la patología occidental.
Aunque justo es reconocer que también se trata de uno de los pocos
países, por no decir el único, en el que aún subsiste una prensa
independiente digna de ese nombre, minoritaria y arrinconada,
naturalmente.
Entendiendo por prensa independiente, claro está,
aquélla que desenmascara al Sistema en su conjunto, y no la que
practica la nauseabunda farsa de censurar las irregularidades de alguna
de las facciones políticas que lo componen, santificando
simultáneamente al Sistema que está por encima de todas ellas.
En
cuanto a la otra frase del sello, "Novus Ordo Seclorum", su
traducción correspondiente vendría a ser "El Nuevo Orden de los
Siglos" o "El Nuevo Orden de las Eras".
Como podrá
apreciarse, las referencias a un Nuevo Orden y a una Nueva Era, tan
recurrentes a todo lo largo de la época moderna, no son nada nuevas.
Esta frase, tomada del filósofo romano Virgilio, es interpretada en su
sentido más superficial como una equiparación del nuevo Estado
norteamericano con la antigua Roma Imperial.
Pero en la simbología
iluminista la leyenda en cuestión no se refiere a nada de eso, sino a
la "Nueva Era de Acuario" (otro concepto muy en boga hoy), que
habrá de suceder a la Era de Piscis o Era Cristiana.
Con arreglo a
dicha simbología, la fecha que figura en el Gran Sello norteamericano,
1776, que es la fecha en la que tuvo lugar tanto la Declaración de
Independencia como la fundación de la Orden de los Iluminados, marca el
inicio de un período de 250 años durante el cual deberá consumarse la
transición de la Era de Piscis a la de Acuario.
Y en esa transición,
tal y como pensaban los diseñadores del Sello, los Estados Unidos
desempeñarían un papel determinante.
Un buen colofón de todo lo
apuntado hasta aquí podría ser la carta que el propio George
Washington le escribiera en 1798 al pastor protestante G.
W.
Snyder, y en
la que se expresaba en estos términos: "Yo no tenía la intención
de poner en duda que la doctrina de los Iluminados y los principios del
jacobinismo se habían extendido en los Estados Unidos.
Al contrario,
nadie está más convencido de ello que yo.
La idea que yo querría
exponeros era que yo no creía que las logias de nuestro país hayan
buscado, en tanto que asociaciones, propagar las diabólicas doctrinas
de los primeros y los perniciosos principios de los segundos, si es que
es posible separarlos.
Que las individualidades lo hayan hecho, o que el
fundador o los intermediarios empleados para crear las sociedades
democráticas en los Estados Unidos hayan tenido ese proyecto, es
demasiado evidente para permitir la duda".
Como culminación del
proceso, en 1945 otro hermano francmasón, el presidente Franklin Delano
Roosevelt, ordenó que el reverso del Gran Sello norteamericano se
imprimiera en la cara posterior del billete de dólar, sin duda el lugar
más idóneo.
Todo un símbolo de la religión humanista del poder y del
dinero que impera en la actualidad y que tiene sus centros de culto en
la Sala de Oración del Capitolio, en el Templo del Entendimiento de
Washington y en el Salón de Meditaciones de la ONU.
Desde el primer
presidente de la nación, George Washington, iniciado en la logia
Fredicksburg nº 4 de Virginia, y con el tiempo Gran Maestre de la logia
Alejandría nº 22, quince han sido sus sucesores en la suprema
magistratura de los Estados Unidos que han vestido el mandil
francmasón: James Monroe, presidente de 1817 a 1824.
Maestre de la
logia Williamburg nº 6 de Virginia.
Andrew Jackson, presidente de 1829
a 1836.
Gran Maestre de la logia Harmony nº1 de Nashville (Tenesse).
James Knox Polk, presidente de 1845 a 1849.
Maestre de la logia Columbia
nº 31 de Tenesse.
James Buchanan, presidente de 1857 a 1861.
Maestre de
la logia nº 43 de Lancaster (Pensilvania).
Andrew Johnson, presidente
de 1865 a 1868.
Grado 33 del rito escocés.
James Garfield, presidente
en 1881.
Grado 14 en la logia Mithras de Washington.
William McKinley,
presidente de 1897 a 1901.
Caballero del Templo en la logia Canton nº
60 de Ohio.
Theodore Roosevelt, presidente de 1901 a 1909.
Maestre en la
logia Matinecock nº 806, de Oyster Bay (Nueva York).
William Howard
Taft, presidente de 1909 a 1913.
Gran Maestre de la masonería de Ohio.
Warren G.
Harding, presidente de 1921 a 1923.
Grado 33 en la fraternidad
nº 26 de Ohio.
Franklin Delano Roosevelt, presidente de 1933 a 1945.
Grado 32 del rito escocés.
Harry S.
Truman, presidente de 1945 a 1953.
Gran Maestre de la masonería de Missouri y, posteriormente, grado 33,
el máximo de la organización.
Lyndon B.
Johnson, presidente de 1963 a
1969.
Iniciado en la masonería de Tejas.
Gerald Ford, presidente de
1974 a 1977.
Miembro de la logia Columbia nº 3 de Washington e
Inspector General Honorario del grado 33.
Y George Bush, grado 33 del
Supremo Consejo, además de Gran Carnicero de Panamá y Gran Devastador
de Irak, aunque este tipo de títulos no suelan ser reconocidos
oficialmente por la filantropía francmasónica.
Esto no es más que una
muestra de la presencia de la francmasonería en la vida pública
estadounidense, ya que la nómina de todos los adeptos pertenecientes a
las altas esferas económicas, políticas y sociales sería, por su
extensión, imposible de reproducir aquí.
Junto a las logias adscritas
al rito escocés, es decir, a las Constituciones de Anderson, y en
estrecha relación con las mismas, opera en los Estados Unidos otra
masonería con identidad propia agrupada en torno a la Logia B'naï
B'rith y reservada exclusivamente a los ciudadanos de origen judío.
Esta entidad, cuyo peso e influencia en las altas esferas del Poder
serán analizados más adelante, cuenta con ramificaciones distribuidas
por 47 países, y el número de sus afiliados supera la cifra de
600.
000.
De cualquier modo, el hecho de pertenecer a la logia B'naï
B'rith no impide la militancia de sus miembros en otras logias de la
masonería regular, cosa, por lo demás, harto frecuente, si bien el
flujo en sentido inverso no es posible.
Por otro lado, el papel
desempeñado por los francmasones judíos en la fundación y desarrollo
de la masonería norteamericana fue, desde los mismos inicios de ésta,
más que notable.
Y nada mejor para constatarlo que acudir a la
valoración efectuada sobre ese particular por la publicación
Jurisdiction Sud, boletín oficial del rito escocés reservado a los
adeptos, en cuyo número correspondiente a marzo de 1990, el francmasón
de grado 32 Paul M.
Bessel escribía lo siguiente: "Los judíos han
estado activamente vinculados a los inicios de la francmasonería en los
Estados Unidos.
Numerosos detalles prueban, en efecto, que ellos
estuvieron entre los fundadores de la francmasonería en siete de los
trece Estados primitivos: Rhode Island, New York, Pennsylvania, Mayland,
Georgia, Carolina del Sur y Virginia".
"Un francmasón judío,
de nombre Moisés Michael Hays, fue el primero que introdujo el rito
masónico escocés en los Estados Unidos.
Fue igualmente Inspector
General delegado para la francmasonería de América del Norte en 1768,
y Gran Maestre del Estado de Massachussets de 1788 a 1792".
"Los francmasones judíos jugaron un papel importante en el curso
de la Revolución Americana: 24 de ellos fueron oficiales del ejército
de George Washington, y otros muchos ayudaron con su dinero a la causa
americana.
Hayim Salomon, un masón de Filadelfia que, junto con otros,
contribuyó a la colecta de fondos destinados a sostener el esfuerzo de
guerra americano, también prestó dinero a Jefferson, Madison y
Lee".
"Se dispone de pruebas de que numerosos judíos, rabinos
incluidos, permanecieron vinculados al movimiento francmasón americano
a todo lo largo de la historia de los Estados Unidos.
Ha habido al menos
una cincuentena de Grandes Maestres judíos americanos.
Hoy, numerosos
judíos son activos francmasones en los Estados Unidos, así como en
otros países.
A título indicativo, el Estado de Israel cuenta con unas
sesenta logias que comprenden un total de casi trece mil miembros.
Sin
hablar de los afiliados a la logia B'naï B'rith".
Tiempo antes, el
Masonic Service Association of the United States había incluído en su
publicación confidencial "Short Talk Bulletin" (vol.
XLV,
nº3) una lista de los Grandes Maestres judíos de la francmasonería
estadounidense.
Por lo demás, la relación existente en el ámbito
francmasónico no es más que un reflejo de la estrecha vinculación
que, a todos los niveles, se ha dado siempre entre el protestantismo
norteamericano y el universo judío.
Vinculación que no sólo se
manifiesta en los altos círculos sociales de ese país, donde la
trabazón entre la oligarquía protestante y la plutocracia judía ha
sido y sigue siendo íntima, sino también en la esfera
ideológico-religiosa del fundamentalismo anglosajón.
Es, por lo tanto,
una solemne patraña, o si se prefiere, pura intoxicación, la idea que,
desde los medios voceros del capitalismo progresista, atribuye al
fundamentalismo protestante norteamericano un contenido antijudaico
(como muestra perfecta de dicha intoxicación léase un artículo
aparecido en el rotativo El Mundo el 29-4-95 bajo el título "Del
Mayflower a Forrest Gump").
Intoxicación que, como se habrá
podido comprobar, arreció con ocasión del atentado de Oklahoma, un
suceso a partir del cual los manipuladores de costumbre han pretendido
extender al conservadurismo protestante en su conjunto los
planteamientos de los supuestos autores del delito, individuos
pertenecientes a unos círculos ideológicos marginales y absolutamente
minoritarios en aquel país.
Baste decir a este respecto que los
militantes de tales grupúsculos ultras no superan en los Estados Unidos
la cifra de unas cuantas docenas, cantidad a todas luces irrisoria en un
territorio habitado por doscientos cincuenta millones de personas, y en
el que cualquiera de las aberraciones y extravagancias que lo recorren
cuenta con millares de adeptos.
A título de anécdota grotesca, tampoco
será ocioso recordar la intervención del presidente Clinton, que se
dirigió a los niños norteamericanos que vieron las escenas de la
catástrofe por televisión para mitigar el impacto traumático de tales
imágenes y recordarles que "las personas mayores son buenas".
Como si los niños norteamericanos no estuviesen hasta las criadillas de
ver violencias y carnicerías de toda índole en la televisión de su
país.
Lo cierto, pues, con arreglo a los hechos, y la auténtica
realidad es que los sectores más conservadores del republicanismo
estadounidense simpatizan con la causa sionista con el mismo entusiasmo
que lo hacen los progresistas del partido demócrata.
Y tal cosa ha sido
así desde los mismos comienzos de esa nación.
El fundamentalismo
nortemericano moderno hunde sus raíces en los puritanos pilgrims que
arribaron a las costas de Nueva Inglaterra a principios del siglo XVII.
Ahítos de Biblia e imbuídos de una especie de fanatismo mesiánico,
los tripulantes del Mayflower y del Arbella se consideraban a sí mismos
los elegidos de Dios, un concepto que, por aberrante que a la luz de los
hechos pueda parecer, ha estado siempre presente en el protestantismo
estadounidense.
Concepciones similares a aquéllas fueron reproducidas
después por "teólogos" más cercanos en el tiempo, entre los
que cabría citar a John Wilson, un frenólogo londinense que en 1840
publicó un libro titulado "Our Israelitisch Origin", donde se
establecían las bases "históricas" y
"científicas" del mesianismo anglosajón.
Según el citado
autor, a raíz de las invasiones asirias un contingente del pueblo
judío marchó al exilio.
Con el transcurso del tiempo esos judíos
exiliados se convirtieron en los escitas, que, a su vez, eran los
antepasados de los sajones.
Una vez establecida semejante cadena
genealógica, y tras afirmar que la palabra "sajón"
significaba "hijo de Israel", el tal Wilson concluyó
finalmente que los ingleses eran descendientes por línea directa de la
tribu judía de Efraín.
Como será fácil de suponer, Wilson no estuvo
sólo en esa labor de búsqueda "científica".
Muy pronto sus
fantasmagóricas pesquisas se vieron secundadas e incluso sobrepasadas
por otros lunáticos de parecido calibre.
Uno de ellos fue el reverendo
Glover, que identificó al león británico con el león de Judá y, al
igual que Wilson, afirmó que los ingleses descendían de la tribu de
Efraín, y los galeses y escoceses de la tribu de Manasés.
Poco
después aparecería otro investigador similar, Edward Hine, quien en
1870 publicó una obra donde se ratificaban y ampliaban las conclusiones
de sus predecesores ("The English nation identified with the lost
house of Israel by twenty-seven identifications").
La primera
edición de dicha obra fue seguida cuatro años más tarde de una
segunda edición revisada según la cual los anglosajones ya no estaban
entroncados con varias de las antiguas tribus hebreas, sino con todas
ellas.
Todo esto no pasaría de ser una anécdota esperpéntica si no
fuera por el hecho de que tales dislates no sólo alcanzaron una
considerable aceptación en su época, sino que todavía hoy se incluyen
como conceptos básicos en los libros de texto del fundamentalismo
protestante anglosajón.
Con el declive del Imperio Británico,
semejantes lucubraciones mesiánicas, tan idóneas por otra parte para
servir de soporte ideológico al expansionismo y a la dominación, se
afincaron en el nuevo centro de gravedad del mundo capitalista, donde
encontrarían un terreno abonado para su arraigo en las mistificaciones
del protestantismo pilgrim.
No hará falta decir que el enemigo supremo
fue identificado durante años por el fundamentalismo nortemericano con
la URSS.
Pero ésa no era la única amenaza que se cernía sobre tan
benemérita nación.
Entre algunos sectores de los más adinerados e
influyentes círculos del ultraconservadurismo republicano, también
estuvo extendida la idea de que la Bestia de las Diez Diademas del
Apocalipsis, era la Comunidad Europea, integrada entonces por diez
naciones.
Aunque es de suponer que la posterior incorporación de nuevos
países a la Comunidad dejaría un tanto desconcertados a tan sagaces
cabalistas, que a buen seguro estarán escudriñando con redoblada
atención en el esoterismo numérico en busca de nuevas combinaciones
que confirmen su tesis según la cual "la CE reducirá a la
esclavitud a Gran Bretaña y a Norteamérica".
Otro de los
elementos recurrentes del fundamentalismo protestante es el célebre
Harmagedón, una idea que reviste especial importancia entre amplios
sectores de la oligarquía económica y política del conservadurismo
estadounidense.
Así, durante la campaña presidencial de 1980, y en el
curso de una alocución pronunciada ante un grupo de dirigentes del
lobby judío neoyorquino, Ronald Reagan se refirió a ese tema
asegurando que "Israel es la única democracia estable en la que
podemos confiar en la zona donde puede llegar el Harmagedón".
No
será ocioso significar que uno de los mentores "espirituales"
de Ronald Reagan era por entonces Jerry Falwell, destacado predicador
fundamentalista y presidente de la llamada "Mayoría Moral" de
los Estados Unidos, colectivo que tiempo después se integraría en la
Liberty Federation.
Por otra parte, las opiniones de Reagan eran
compartidas por varios altos cargos de la Administración, entre los
cuales figuraban James Watt, secretario de Interior, James Watkins, jefe
de Operaciones Navales, John Vessey, jefe del Estado Mayor conjunto, y
Caspar Weinberger, secretario de Defensa.
Este último también se
manifestó sobre el particular durante una conferencia celebrada en la
Universidad de Harvard, donde afirmó que, por su condición de judío
practicante, estaba familiarizado con los temas bíblicos, señalando su
convicción de que la gran batalla del Harmagedón se libraría en la
colina de Meggido, un pequeño promontorio situado a unos veinticinco
kilómetros de la localidad israelita de Haifa.
Por lo demás, la
importancia que los postulantes del Harmagedón otorgan al territorio
israelí es algo común y reiterativo en esos ambientes ideológicos,
importancia que, en cualquier caso, no tiene más fundamento que sus
estrafalarias interpretaciones de ciertos pasajes bíblicos.
Muy
distinto, por el contrario, es el criterio sobre ese respecto de quienes
han sabido valorar la verdadera relevancia estratégica de dicha zona
basándose en elementos de juicio bastante más pragmáticos y
realistas.
Tal fue el caso de Nahum Goldmann, fundador del Congreso
Judío Mundial y, posteriormente, presidente de Israel, quien en el
curso de la 7ª sesión plenaria del Congreso Judío canadiense se
refirió a ese tema en los siguientes términos: "El Medio Oriente,
situado entre tres continentes, cruce de Europa, Asia y Africa, es
probablemente la región estratégica más importante del
mundo.
.
.
.
Recuerdo que el encargado de la administración del petróleo
en Norteamérica durante la guerra, el señor Ickes, me manifestó que
los informes de los expertos confirmaban la presencia de más petróleo
en el Medio Oriente que en toda América del Norte y Central juntas, de
diez a veinte veces más.
Y ustedes saben lo que el petróleo significa
para el mundo.
Una vez que hayamos establecido un Estado judío en
Palestina, todo estará a nuestro favor.
.
.
.
.
Palestina es hoy el centro
de la estrategia política mundial, y los hombres de Estado que se
ocupan ahora del sionismo piensan así.
Querría que los sionistas lo
comprendieran.
No siempre lo que se sustenta en la justicia y la
honradez es lo que cuenta en este mundo.
Las naciones y los gobernantes
del mundo determinan su actitud con arreglo a sus intereses realistas.
Esas serán las consideraciones decisivas.
Todos los aspectos
humanitarios del problema palestino no serán, pues, decisivos, y
nosotros debemos adaptar nuestra política a los aspectos realistas del
asunto".
(Seventh Plenary Session, National Dominion Canadian Jewish
Congress, May 31, 1947) Para concluir este breve repaso relativo a las
claves mentales propias del fundamentalismo protestante estadounidense,
bueno será dedicar unas palabras a la Liberty Federation, auténtico
núcleo ideológico de la antigua "Mayoría Moral" y del
movimiento ultraconservador actualmente encabezado por Gingrich bajo el
lema del Contrato con América.
Dicha Federación mantiene una especie
de índice de libros proscritos en el que, a juzgar por el puritanismo
exacerbado del que hacen gala sus mentores, sólo sería previsible
encontrar textos atentatorios contra la moral sexual, cosa que, por
supuesto, no es así.
Esa hipócrita obsesión por todo lo referente al
sexo es simplemente la clásica y manida fachada conservadora, de la que
tan buen partido suelen sacar sus "rivales" y equivalentes de
la burguesía progresista, el otro bando del muladar, que aprovechan tal
circunstancia para proponer a cambio su característico repertorio de
esnobismos sórdidos y para intensificar sus campañas de disolución
global.
Pero el meollo fundamental de ese índice de lecturas malsanas
no son los panfletos pornográficos, sino las obras que cuestionan el
liderazgo político y militar de los Estados Unidos, las que se muestran
críticas con el culto al dinero, las que desenmascaran la
"ética" de las finanzas y de las sociedades anónimas, y las
que ponen en solfa el sacrosanto "liberalismo" económico.
Aunque todavía hay más.
Entre los libros censurados figuran títulos
como "1984", de Orwel, y "Un Mundo Feliz", de
Huxley, dos retratos premonitorios del totalitarismo posmoderno.
También aparece en la lista negra la obra de Solzhenitsin "Un día
en la vida de Iván Denisovich", uno de los más preclaros alegatos
que se hayan podido escribir contra la dictadura soviética.
De esta
forma, con un paso hacia atrás de los fariseos piadosos, y dos hacia
adelante de sus homólogos progresistas, se va culminado el proceso.
LOS DOCTRINARIOS DEL IMPERIO BRITANICO
Para
establecer las bases inmediatas del imperialismo británico, cuyo
testigo pasaría con los avatares del siglo XX a sus antiguas colonias
de Nueva Inglaterra, es ineludible referirse al papel desempeñado en el
mismo por dos figuras de especial significación, John Ruskin y Cecil
Rhodes, alrededor de las cuales se iba a tejer una tupida maraña de
poderosas entidades en las que pueden detectarse las claves de algunos
de los acontecimientos que han configurado el mundo actual.
John Ruskin
nació en Londres el año 1819.
Hijo de un acaudalado hombre de
negocios, cursó estudios en el Christ Churc de Oxford, donde muy pronto
se pondrían de relieve sus peculiares inclinaciones, en las que
entremezclaban la pasíón por el arte, las inquietudes de tipo social y
la expansión del Imperio Británico, al que Ruskin consideraba el
vehículo más idóneo para llevar a cabo la labor mesiánica a que
estaban destinadas las "élites" de su país.
Fue a través de
su cátedra en la Universidad de Oxford como Ruskin inició una labor de
proselitismo y adoctrinamiento que no tardó en depararle numerosos
adeptos entre sus alumnos, todos ellos procedentes de las altas esferas
sociales británicas.
De ese vivero saldrían sus más íntimos
colaboradores, como Arnold Toynbee, Henry Birchenough, George Parkin,
Philipp Lyttelton y Alfred Milner.
Este último personaje, que
volveremos a encontrarnos más adelante, sería en 1915 uno de los
cuatro integrantes del Gabinete de Guerra británico, organismo desde
donde puso en práctica las enseñanzas de su maestro.
De ahí que su
condición de director de una potente institución financiera, el London
Joint Stock Bank (hoy Midland Bank), no le impidiera utilizar su cargo
político para brindar una eficaz cobertura al tráfico de armamento
realizado durante la revolución rusa por Basil Zaharoff, uno de los
principales proveedores del bando bolchevique.
El ideario de Ruskin
consistía en el hoy ya consagrado esquema del capitalismo oligárquico
y "humanista", y se basaba en la acción conjunta de una
élite de tecnócratas y académicos sostenidos y auspiciados por los
poderes financieros.
Lógicamente, tales planteamientos suscitaron muy
pronto el interés de las altas esferas económicas, que no tardaron en
promover su divulgación al otro lado del atlántico.
Esa labor corrió
a cargo de dos simpatizantes norteamericanos de la doctrina ruskiniana,
Walter Vrooman y Charles Beard, quienes, tras entrevistarse con el
maestro, fundaron en Estados Unidos el Ruskin College, contando para
ello con el soporte financiero y el apoyo social del duque de Norfolk,
miembro de la Gran Logia Unida de Inglaterra, de lord Ripon, virrey de
la India y maestre de la citada logia, de lord Rosebery, nieto del
barón de Rothschild, y del duque de Fife, militante igualmente del Gran
Oriente inglés.
El otro gran embajador de la filantropía británica,
Cecil Rhodes, nació en 1853, y fue el tercer vástago de la numerosa
prole del pastor protestante Francis Rhodes.
Su trayectoria ascendente
comenzaría poco después de trasladarse a Africa, donde su hermano
Herbert administraba una plantación algodonera ubicada en el territorio
de Natal.
Tras una breve estancia en la plantación, Cecil se dirigió a
los campos diamantíferos sudafricanos, montando allí una empresa de
extracción en sociedad con un tal Charles Rudd.
La buena marcha del
negocio le permitió regresar a la metrópoli y graduarse en Oxford,
donde entró en contacto con el que habría de convertirse en su mentor
ideológico, John Ruskin.
El promotor del encuentro entre ambos
personajes fue W.
Stead, director de una publicación sensacionalista
llamada Pall Mall Gacette, que se dedicaba a promover el ideario
progresista sobre la base, eso sí, de un proyecto de alcance mundial
dirigido por la civilización angloparlante.
Acto seguido, Cecil Rhodes
se asoció con otros dos empresarios del negocio diamantífero, Alfred
Beit y Barney Barnato, con los que creó una vasta red industrial y
comercial que muy pronto se hizo con el control mundial de la
producción y venta de diamantes, monopolio que posteriormente pasaría
a manos de dos ilustres firmas de la plutocracia internacional, los
Rothschild y los Oppenheimer, que a través de la sociedad De Beers
Consolidatd Mines Ltd.
controlan en la actualidad el 85% del mercado
mundial de diamantes.
Los éxitos económicos de Cecil Rhodes corrieron
parejos al importantante papel que desempeñó durante el conflicto
anglo-boer, desencadenado por los poderes financieros británicos, y muy
especialmente por la casa Rothschild, para hacerse con el control de las
inmensas riquezas del territorio sudafricano.
Y es que, como muy bien
señalara el rabino y escritor Marcus Eli Ravage, excelente conocedor de
los entresijos político-económicos de aquella época, el poder oculto
de Cecil Rhodes no era otro que el dinero de los Rothschild.
La
concepción ideológica y los pilares doctrinales de nuestro
protagonista no eran sino una perfecta prolongación de las tesis de su
maestro Ruskin.
En lo esencial, se trataba de los mismos planteamientos
que han venido reiterándose a todo lo largo del presente siglo por los
promotores y teóricos del Gobierno Mundial.
El ideario de Rhodes
aparece perfilado con diáfana nitidez en varias de las cartas que
dirigiera a unos de sus más íntimos confidentes, el ya mencionado W.
T.
Stead.
Una correspondencia en la que pueden leerse frases como éstas:
"Sostengo que somos la primera raza del mundo y que cuanto mayor
porción del mismo sea habitado por nosotros, tanto más se beneficiará
la humanidad.
Imponer nuestro gobierno significará terminar con las
guerras"; "Anhelo la unión con América y la paz universal,
que supongo podrá ser una realidad dentro de cien años.
He pensado,
además, en la fundación de una sociedad secreta organizada como la
compañía de Loyola y sustentada por la riqueza creciente de aquellos
que aspiren a hacer algo".
Bien es cierto que tan conmovedoras
inquietudes pacifistas y humanitarias de proyección mundial no
incluían entre sus objetivos el poner término a la explotación y a
las condiciones infrahumanas en que vivían los trabajadores de las
minas sudafricanas controladas por el filántropo británico.
Pero
comparado con sus elevados planes aquello no pasaba de ser una anécdota
insignificante.
El exponente más visible, aunque ni mucho menos el
único, de la labor proselitista de Rhodes habrían de ser la Fundación
y las Becas Cecil Rhodes, con cuyos fondos han completado su formación
innumerables peones de lujo de la plutocracia internacional.
La
influencia de estos dos personajes, John Ruskin y Cecil Rhodes, se
materializó a lo largo de su época en una serie de entidades surgidas
al amparo de su inspiración ideológica y sostenida por las altas
esferas económicas y oligárquicas, como veremos seguidamente.
Más
tarde, con el declive del Imperio Británico, sus cánones y
procedimientos pasarían al otro lado del Atlántico, como también
veremos más adelante.
Entre esas instituciones aludidas en primer lugar
merecen destacarse dos: la Pilgrims Society y la Round Table.
La
Pilgrims Society fue presentada oficialmente el 24 de julio de 1902.
Su
nombre, como será fácil deducir, se adoptó en memoria de los
puritanos ingleses que desembarcaron en la costa de Massachussets y
fundaron la colonia de New Plymouth en septiembre de 1620.
Los
promotores de esta sociedad fueron varios miembros del Rhodes Trust,
entre los que figuraban Harry Britain, Joseph Wheeler, C.
Roll, patrón
de la firma Rolls-Royce, y Lindsay Russell.
La presidencia de la entidad
recayó en lord Roberts, célebre por las matanzas y estragos que
perpetrara como plenipotenciario del gobierno británico durante la
guerra anglo-boer.
Unos meses más tarde, el 13 de enero de 1903, nacía
la rama americana de la Pilgrims Society por iniciativa del
anteriormente citado Lindsay Russell, que en 1921 se convertiría en el
primer presidente del Council on Foreign Relations (Consejo de
Relaciones Exteriores), un organismo privado de corte oligárquico del
que han salido los más altos cargos de la Administración
norteamericana desde su creación hasta hoy.
Debe precisarse que, con
anterioridad a la fundación en los Estados Unidos de la Pilgrims
Society, ya existía en aquel país la Sociedad de Descendientes del
Mayflower, un influyente club que agrupa a la cerrada oligarquía
protestante cuyo árbol genealógico se remonta a los puritanos
pilgrims.
Son las mismas familias que, junto con ciertos clanes de la
alta finanza, nos encontraremos más adelante cuando salga a relucir una
hermética y poderosa sociedad estadounidense denominada The Order.
Por
lo que se refiere a la Round Table, fue fundada en 1909 por lord Milner.
A pesar de su carácter cerrado y elitista, este restringido club no era
en realidad sino el círculo más visible o exterior de la sociedad
secreta Table Mountain, creada en 1891 por Cecil Rhodes y su íntimo
colaborador, W.
T.
Stead, e integrada por un reducido grupo de iniciados
entre los que figuraban el citado lord Milner, lord Grey, lord
Rotschild, lord Esher, sir Harry Johnston y lord Balfour.
Este último
sería algún tiempo después Primer Ministro británico (1902-1905) y,
posteriormente, ministro de Asuntos Exteriores en el gabinete de LLoyd
George (1916-1919).
Para costear los cuantiosos gastos derivados de los
proyectos y actividades de la Round Table, lord Milner, que ostentaba
simultáneamente el cargo de Gran Vigilante de la Gran Logia Unida de
Inglaterra, contó con las aportaciones económicas de dos acaudalados
industriales mineros, sir Abe Bayley y Alfred Beit, ex-socios de Cecil
Rhodes en el negocio diamantífero sudafricano.
Desde la Round Table y
la fundación Rhodes, lord Milner influyó decisivamente en las
directrices políticas del gabinete presidido por LLoyd George, cuyos
asesores fueron todos ellos miembros de dicha sociedad.
Como muestra de
lo apuntado bastará citar la célebre Declaración Balfour, así como
las ayudas brindadas por el Gobierno de Lloyd George a los dirigentes
bolcheviques, ya comentadas líneas atrás.
Uno de los objetivos
primordiales de la Round Table desde su creación fue extender su radio
de acción al resto de los territorios de habla inglesa, cosa que no
tardó en conseguir.
Al punto que en 1915 contaba ya con delegaciones en
seis países, además de la sede inglesa (Estados Unidos, Canadá,
Sudáfrica, la India, Australia y Nueva Zelanda).
La actividad de los
diversos grupos se mantuvo en todo momento coordinada a través de las
reuniones periódicas de sus miembros y por medio de un boletín
informativo muy completo.
Finalizada la Iª Guerra Mundial, la Round
Table entraría en una fase de gran expansión, entre otras razones
merced al extraordinario incremento de las aportaciones económicas que
comenzaron a lloverle desde un aerópago financiero en el que figuraban
los trusts J.
P.
Morgan, Rockefeller, Carnegie y Lazard Brothers.
A
través de ese proceso de expansión y penetración social la Round
Table ha venido ejerciendo desde entonces su poderosa influencia en los
círculos académicos, políticos y mediáticos.
Entre sus actuales
feudos, cuyo dominio comparte con otras sociedades afines del
Establishment, figuran los rotativos The International Herald Tribune,
The Financial Times, The Wall Street Journal, The Economist, The New
York Times y The Washington Post, voceros prototípicos todos ellos del
capitalismo progresista y multinacional, y órganos cuyos editoriales y
artículos son recogidos en todo el ámbito occidental como si
procediesen de un oráculo.
Otro de los enclaves dominados por la Round
Table es la Universidad de Princeton, donde ha organizado el Instituto
de Estudios Avanzados, una entidad entre cuyos más conspícuos y
asiduos residentes figura el ideólogo marxista Adam Schaff.
Uno de los
mejores conocedores del entramado oligárquico mundial, al que no en
vano perteneció durante largo tiempo, sería el historiador Carroll
Quigley.
Este autor, de obligada referencia en esta materia, fue
profesor de historia en la Escuela del Servicio Exterior de la
Universidad de Georgetown, además de profesor invitado en las
Universidades de Harvard y Princeton.
Fue miembro asimismo de la
Asociación Americana de Economía y de la Asociación Americana para el
Avance de la Ciencia, becario de la Brookings Institution y colaborador
de la Smithsonian Institution, organismos todos ellos adscritos a los
círculos del Establishment.
Fruto de sus muchos años de estudios e
investigaciones en los archivos de dichas entidades, Quigley publicó en
1965 un libro ("Tragedy and Hope") cuya primera y única
edición se agotó en pocos días, y no precisamente a manos de sus
potenciales lectores.
Desde entonces la obra en cuestión no ha conocido
nuevas reediciones, por lo que resulta prácticamente inencontrable,
habiendo desaparecido incluso de las bibliotecas y establecimientos
similares de acceso público.
Convendría, pues, retener el nombre de
este historiador, a quien se acudirá en más de una ocasión a lo largo
de las próximas páginas.
A modo de anticipo, bueno será reproducir
uno de los más esclarecedores párrafos que Quigley dedicara en su
libro a la Round Table.
Párrafo que no tiene desperdicio, y dice así.
:
"Existe, y ha existido durante una generación, una red anglófila
que opera con el objeto de que la derecha radical crea en la acción
comunista.
De hecho, esta red, que podríamos identificar con los grupos
de la Round Table, no tiene aversión a cooperar con los comunistas o
con cualquier otro grupo, y así lo hace frecuentemente.
Sé de las
operaciones de esta red porque las he estudiado durante veinte años, y
pude, durante dos años, a principios de 1960, examinar sus papeles y
grabaciones secretas.
No tengo aversión por ella ni por la mayoría de
sus fines, y he estado mucho tiempo de mi vida cerca de ella y de muchos
de sus instrumentos.
He objetado, tanto en el pasado como recientemente,
algunos de sus procedimientos.
Pero en general, mi principal diferencia
de opinión son sus deseos de permanecer desconocida, y creo que su
papel en la historia es suficientemente significativo como para ser
conocida".
El rápido repaso efectuado hasta aquí quedaría
incompleto sin hacer alusión a la Fabian Society, otra importante
entidad íntimamente relacionada con las citadas anteriormente.
El
convulso clima reinante en la Inglaterra victoriana, derivado del hecho
de ser aquel país la primera potencia industrial de su época, con todo
lo que ello suponía de explotación y marginación social, brindó el
caldo de cultivo adecuado para el alumbramiento de la Fabian Society.
Esta entidad fue así concebida al amparo de las consabidas consignas
obreristas y humanitarias por un reducido grupo de
"filántropos" perteneciente a los medios acomodados de la
burguesía británica y estrechamente vinculados a los círculos de la
alta sociedad.
Una circunstancia, esta última, nada sorprendente, por
cuanto ha venido siendo algo habitual a todo lo largo de los últimos
cien años.
Entre los mentores y dirigentes de la Fabian Society
figuraban Frank Podmore, George Bernard Shaw, Sidney Webb y lord
Olivier, a los que se sumó poco después el influyente columnista
Graham Wallas.
Posteriormente se sucederían las incorporaciones de
personajes tan notorios como el economista John Keynes, el filósofo
Bertrand Russell, el escritor H.
G.
Wells y el historiador Arnold Toynbee.
También se incorporaron a sus filas algunos dirigentes sindicales, Ben
Tiller y Tom Mann entre ellos, así como otras figuras que iremos viendo
más adelante.
Pero antes de trazar un sucinto perfil de las actividades
de esta sociedad y de sus dirigentes, no estará de más recordar sus
orígenes "proletarios", toda vez que la Fabian Society
surgió como un grupo escindido de otra organización anterior
denominada Hermandad de la Nueva Vida.
Entre los quince miembros
fundadores de dicha hermandad figuraban, además de Podmore y Bernard
Shaw, Edward Pease, agente de bolsa del Hutchinson Trust, Havellok
Ellis, psicólogo precursor del sexo libre, Ramsay McDonald, futuro
primer ministro, lord Haldane, más tarde ministro de la Guerra, y
Hubert Bland, columnista del influyente diario Star.
Sin olvidarse de
Annie Besant, quien a la muerte de la célebre y fantasmagórica Mme.
Blavatsky había asumido el mando de la Sociedad Teosófica, inmersa ya
por aquellas fechas en un cisma imparable debido, entre otras razones,
al hecho de que muchos de sus militantes europeos empezaban a constatar
que la tal sociedad no era fundamentalmente sino un instrumento al
servicio del imperialismo británico.
Los quince integrantes de la
Hermandad de la Nueva Vida se reunieron en Londres el 24 de octubre de
1883 con el objetivo de impulsar un nuevo proyecto del que después
saldría la Fabian Society.
Y lo hicieron bajo los auspicios de Thomas
Davidson, un profesor escocés afincado en los Estados Unidos, donde
había fundado la American Economy Association en compañía de Woodrow
Wilson y el financiero Isaac Seligman.
Por lo que se refiere a las
vinculaciones existentes entre la Fabian Society y la Round Table, puede
decirse que fueron desde un principio manifiestas, y no solamente por la
doble militancia de varios de sus respectivos miembros, sino también
por la pertenencia común de muchos de ellos a entidades como la
Sociedad de Relaciones Culturales y el Real Instituto de Asuntos
Internacionales, desde donde se marcaban al Gobierno británico las
directrices a seguir en política exterior; organismos que, por otra
parte, estaban patrocinados y sostenidos económicamente por las mismas
potencias financieras (Hutchinson Trust, Lazard Brothers, Rothschild,
Oppenheimer).
Y es que el socialismo fabiano representaba el primer
intento sistemático de amalgamar el modelo económico capitalista con
las tesis del colectivismo marxista, todo ello, claro está, bajo la
sabia y filantrópica dirección de las "élites"
angloparlantes.
Se trataba, en suma, de una temprana manifestación del
proyecto totalitario que, por una u otra vía, se viene acariciando
desde hace tiempo.
Naturalmente, la evolución gradual hacia el nuevo
modelo de sociedad no se ultimaría en un plazo breve.
Como los
socialistas fabianos sabían y saben muy bien, ese proceso llevaría
algún tiempo, siendo preciso, por tanto, contemporizar con ciertos
excesos, necesarios en cualquier caso para la consecución de tan
elevado fin.
De ahí que, tras unos primeros momentos de rechazo, las
más notorias figuras de la Fabian Society manifestasen sus simpatías
por el régimen de exterminio implantado en la URSS.
Tal fue la actitud,
entre otros, del ínclito H.
G.
Wells, turiferario destacado del régimen
bolchevique, y de Sidney Webb, que definió a la Unión Soviética como
"una democracia madura" y justificó las purgas estalinistas
con el argumento de que "la justicia comunista tendría sus buenos
motivos para actuar así".
En la misma línea se manifestaría el
dramaturgo Bernard Shaw, que aunque no aprobaba las huelgas obreras en
su país, como el resto de los burgueses fabianos, sí se mostró
comprensivo con el terror bolchevique, al que consideraba "un mal
necesario".
Sea como fuere, lo cierto es que el renombrado
dramaturgo británico, acostumbrado a transitar por los pasillos del
Poder, y por tanto buen conocedor de lo que se cocía en ellos, puso en
boca de uno de sus personajes literarios, el financiero Undershaft, unas
significativas palabras que bien merecen reproducirse aquí.
Así le
habla el financiero al político en una obra de Shaw titulada La
Comandante Bárbara: "¡El gobierno de tu país! Yo soy el gobierno
de tu país, yo y Lazarus.
¿Crees que tú y unos cuantos principiantes
como tú sentados en fila en esa institución de estúpido parloteo
pueden gobernar a Undershaft y a Lazarus? No, amigo mío, ustedes harán
lo que nos convenga.
Harán la guerra cuando nos sirva.
Comprenderán
que el comercio necesita ciertas medidas cuando nosotros hayamos
decidido esas medidas.
Cuando yo necesite algo que aumente mis
ganancias, ustedes descubrirán que mi voluntad es una necesidad
nacional, y cuando los demás necesiten algo que disminuya mis
ganancias, ustedes llamarán a la policía y al ejército.
Como
recompensa gozarán del apoyo de mis diarios y de la satisfacción de
pensar que son grandes estadistas.
.
.
.
.
.
.
Vuestras multitudes depositan
sus votos y se imaginan que de esa forma gobiernan a sus gobernantes.
¡Votar! Cuando usted vota lo único que cambia son los nombres del
Gabinete".
Dos de los más activos animadores de la Fabian Society
en los inicios de ésta fueron los esposos Webb (Sindney Webb y Beatriz
Potter), que, como el resto de los dirigentes de dicha entidad,
procedían de los medios acomodados de la burguesía inglesa.
Entre las
más significativas dotes de este matrimonio fabiano figuraba su
encendida verborrea proletaria, lo que les impediría condenar la huelga
minera de 1920 y negar toda ayuda a las familias de los huelguistas.
Igualmente, sus públicas muestras de simpatía hacia el régimen
soviético no entorpecieron en lo más mínimo la buena acogida que en
todo momento se les dispensó en los círculos oligárquicos de la alta
sociedad británica.
Más bien todo lo contrario, pues como muy
certeramente señalara el sindicalista americano George Meany, la
retórica izquierdista siempre ha gozado de un buen cartel entre amplios
sectores de la "mejor" gente.
De hecho, Sidney Webb fue
distinguido en 1929 con el título de barón Pasfield, y su cuñada,
Georgina Potter, entroncó con la élite financiera tras casarse con
David Meinertzhagen, presidente de la Banca Lazard londinense.
Los Webb
constituían, pues, una muestra prototípica de esa burguesía esnob que
adopta poses obreristas sin renunciar ni por un momento a sus
privilegios de clase y al vacuo tipo de vida característico de su
condición social.
El conmovedor afán redentor de esas almas sensibles
y progresistas se cifra, por tanto, en hacer de los atrasados
proletarios unos burguesitos de provecho, trasladándoles a tal efecto
todas las taras propias de su decrépita mentalidad, cosa que, como bien
prueban los hechos, ya han logrado casi completamente.
Entre las
iniciativas del matrimonio Webb destacó la constitución de un Club de
"cerebros" cuyo objetivo sería lograr la máxima eficacia en
todos los campos, dentro del más puro estilo tecnocrático.
Esa
agrupación de "superdotados", bautizada por Beatriz Webb con
el nombre de Los Coeficientes, fue tratada por H.
G.
Wells en uno de sus
escritos, "Experiment in Autobiography", donde le dedicaría
todo un capítulo cuyo elocuente título (La idea de un mundo
planificado) ahorra cualquier comentario.
En 1894 el trust de Henry
Hutchinson, en el que Sidney Webb ocupaba un alto cargo, concedió a la
Fabian Society diez mil libras para propaganda y demás actividades.
Con
este dinero y los cuantiosos fondos aportados por la casa Rothschild,
los máximos dirigentes de la Fabian Society (Webb, Wallas, Shaw)
crearon la London School of Economics and Political Science (Escuela de
Economía y Ciencia Política de Londres), cuyo cometido sería formar a
los futuros arquitectos de una nueva sociedad regida por los principios
fabianos.
A lo largo de los últimos decenios este centro académico ha
recibido ingentes aportaciones económicas de la Alta Finanza, y muy
especialmente del trust Rockefeller, a través de la Fundación
L.
Spellman-Rockefeller, y por sus aulas ha pasado el propio David
Rockefeller, así como una pléyade de políticos y tecnócratas de la
izquierda occidental.
EL EASTERN ESTABLISHMENT
En una de
sus acepciones, el término establishment se traduce como un conjunto de
personas unidas por un propósito u objetivo común.
Más
explícitamente, con la expresión Eastern Establishment se designa al
entramado plutocrático del Big Banking y del Big Business que domina la
vida económica, política y social de los Estados Unidos.
El origen de
los grandes capitales estadounidenses se sitúa en la Guerra de
Secesión de 1861-65, con la confrontación entre la economía comercial
e industrial del Norte y el viejo modelo latifundista y agrícola del
Sur.
No hará falta aclarar a estas alturas de los tiempos que las
razones humanitaristas (abolición de la esclavitud) esgrimidas por el
expansionismo nordista no eran otra cosa que espúreos adornos.
De
hecho, las condiciones de vida del proletariado norteño diferían muy
poco de las reinantes en las plantaciones esclavistas del Sur.
Lo que se
ventiló, pues, en aquel conflicto no fue otra cosa que la supremacía
del modelo económico del Norte, que era el que mejor respondía a las
exigencias del capitalismo expansivo.
El balance de aquella guerra, tan
trágico para muchos como rentable para unos pocos, ofrece por tal
motivo dos caras bien distintas.
En una de ellas aparecen sus 600.
000
víctimas y las cuantiosas pérdidas materiales causadas por la
contienda.
Y en la otra figura el gran desarrollo industrial que el
esfuerzo bélico proporcionó a la zona Norte, así como el espectacular
enriquecimiento que de ello se derivó para los especuladores y los
proveedores del ejército.
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