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QUIEN PUEDA ENTENDER QUE ENTIENDA |
Gabriela Pousa |
La política argentina se rige por principios que escapan a toda lógica y
razonabilidad. En consecuencia, los análisis de la actualidad y de los
escenarios futuros no son más que esbozos tentativos.
"¿Se podría organizar un partido de quienes no están seguros de tener razón?
Ese sería el mío."
Albert Camus.
Partamos de una premisa básica: no hay lógica en la política argentina, al
menos en la manera de hacer política. Posiblemente no la haya en muchos
otros aspectos, y esa sea la característica intrínseca de la idiosincrasia
nacional. Uno se pregunta, entonces: ¿puede hacerse un análisis concreto de
lo que pasa o pasará sin caer en la más absoluta especulación? Se verá que
la pregunta misma no hace sino confirmar la hipótesis inicial.
No hay análisis que valga, apenas esbozos por tratar de mostrar desde
alguna otra perspectiva la realidad y cómo ésta se avecina en el corto
plazo, nada más.
Y es que en la Argentina todo puede ser y no ser. No hay modo de plantear un
futuro distinto cuando protagonistas y elencos son los mismos y apenas
alternan roles sin modificar sustancialmente el libreto. Los escenarios que
se plantean de ahí en adelante responden más a las preferencias personales,
motivadas por el deseo de que algo cambie, más que a la lógica de que los
cambios lleguen por una administración nueva capaz de reformar
estructuralmente a la Argentina que queda.
Albert Einstein decía que nadie puede conseguir resultados diferentes con la
misma metodología. En este caso, la sentencia se aplica sosteniendo que es
inútil pretender coherencia y racionalidad cuando la dirigencia no sólo es
la misma, sino que actúa en forma oportunista, la oposición aflora por los
baches que le dejan más que por sus propuestas y las listas se arman por
descarte, buceando entre los que aún no se anotaron en otras boletas. Las
sábanas que se presentan en las próximas elecciones se parecen más a una
subasta de saldos que a la formación de plataformas idóneas y serias.
Lo importante parecería ser contar en la lista con quien tenga una imagen
positiva, aunque sea por una mera hazaña furtiva, que con quienes hayan dado
muestras de capacidad e idoneidad para cumplir un rol en la actividad
política. Así, cuando surge un personaje no discutible en alguna materia, se
le cuelgan de la yugular desde todas las fuerzas, como si fuesen todas
ideológica o éticamente
idénticas. ¿Es entendible que una misma persona reciba ofrecimientos de tres
o cuatro espacios políticos supuestamente opuestos? El problema de identidad
que se le plantea al pobre elegido no lo puede resolver ni el más versado de
los psicoanalistas.
Entramos en un grado de orfandad tal que quienes siempre estuvieron en las
antípodas del socialismo festejan el triunfo de Hermes Binner en Santa Fe y
hasta ven en Luis Juez a Ulpiano resucitado. "Todo, menos lo que hay", se
dice. Puede ser válida la consigna. Sin embargo, esta situación tan peculiar
que se vive en la Argentina no es producto de la evolución de ideas, sino
del oportunismo electoral y de la ambición personal de los candidatos. En
ningún país maduro políticamente estos giros se producen como en estas
latitudes. Sin ir más lejos, el acuerdo entre Ricardo López Murphy y Elisa
Carrió fracasó por la imposibilidad de acordar la titularidad de los
espacios de poder y no a causa de diferencias ideológicas. Duro, pero real.
Y el problema final es que para obtener una mayor calidad institucional es
menester contar primero con una mayor calidad intelectual y espiritual.
Los hombres hacen a las instituciones y no las instituciones a los
hombres. Si se llega a éstas arañando votos de manera deshonesta o sin
que importen los principios y valores, la calidad pretendida es abyecta.
No hay coherencia en las actitudes, menos lo hay en la confección de las
listas. No hay convicciones, hay intereses y ambiciones cortoplacistas. No
se trata únicamente de la polémica "ley de lemas" que obra maravillas
en pro de las reelecciones indefinidas en las provincias (Gildo Insfrán en
Formosa es un ejemplo relevante para el caso). Si bien se mira, cualquiera
puede ir de pronto en cualquier lista.
Un simple ejercicio basta para evaluar la lógica de esta política:
léanse los nombres de los candidatos a los diferentes cargos y trátese de
diferenciárselos luego por ideología, propuestas, historia, trayectoria,
militancia, origen o hasta por geografía (a qué distrito representan ahora).
y avéngase a armar los grupos: oficialismo y oposición.
No será simple establecer los cánones de la lógica que hacen, por ejemplo,
que Felipe Solá sea primer candidato a diputado de Cristina Fernández y
critique los noventa, o que Adolfo Rodríguez Saá plantee la no intervención
estatal en la economía tras una gestión en su provincia signada por el
Estado provincial, o mismo que un Ricardo Gil Lavedra (ex UCR) vaya con
Roberto Lavagna (PJ ¿o ex PJ? ) y no con Carrió (ex UCR, ex ARI, ¿ex
Coalición Cívica?) o que a ésta le diera lo mismo estar secundada por
Gerardo Conte Grand (ex PJ), Adrián Pérez (¿ex arista?) o Rubén Giustiniani
(¿ex socialista?, electo finalmente para ser vice porque Hermes Binner ganó
en Santa Fe). ¿Qué tendrá que ver? Evidentemente, todo tiene que ver con
todo, y todos con todos.
Es probable que el ejercicio planteado sea tramposo, aunque no deja de ser
interesante, como lo sería analizar desde la lógica, claro está, por qué el
"regreso" de Eduardo Duhalde se convierte, de pronto, para muchos que antaño
sufrieron el negocio de la pesificación asimétrica, en una suerte de
"esperanza blanca" y en la salvación nacional, mientras que para otros -que
nacieron de su riñón- resulte una amenaza tal que sea menester salir a
atacarlo implícita o explícitamente en la campaña.
Perón vive, Evita dignifica e Hipólito Irigoyen dejó la boina y ahora toca
el bombo en las esquinas. Es la Argentina. Quién pueda entender que
entienda.